RESEÑA
Arthur Henry Fork y Fennesz @ MIDE; 22 de marzo, 2007
El arte moderno me provoca sentimientos encontrados. Como labor humana, me parece que no hay marcha atrás y que los tiempos determinan las formas y las técnicas. Como expresión, siento que hay una terrible escasez de espíritu, una falta de mensaje por exaltar al medio.
El festival Radar se especializa en música de vanguardia, cosas que no escucharíamos en otros escenarios. El jueves 22 presentó a dos de estos artistas, Arthur Henry Fork y Christian Fennesz, en el Museo Interactivo de Economía.
El primero, vestido de roadie metalero: jeans y chamarra de mezclilla negros, gorra negra, cabeza rapada. Su falta de pelo metaforizando su falta de ideas. Este 'músico' se sentó con su guitarra, prendió su laptop y con esos dos elementos generó un ruido sin sentido por media hora. Obvio, a eso íbamos todos, a ver como un vato saca sonidos de la nada. Pero esto es una peladez, una infamia. Cualquier hijo de vecino puede sentarse con una guitarra, distorsionarla al máximo, pasarla por unos filtros y agregarle un zumbido digital. Y no quiero contarles como se pondría la vecindad ante tal escándalo endemoniado.
Cuando este muchacho se bajó del escenario, me tocó presenciar una escena fantástica. Un amigo suyo, que no había dejado de platicar con su date todo el set, se acercó a felicitarlo y decirle: "O sea weh, chingonsísimo. La primera como un jazzesito, la segunda una onda industrial y la tercera un alucín, weh". Qué verguenza ser un músico 'experimental' y que te digan eso. Seguramente el tipejo jamás ha oído un jazzesito, mucho menos una rola industrial (los de Ministry no salen en la Quién, supongo) y tampoco ha alucinado en su vida, a menos que haya sido de fiebre y eso explicaría su muerte cerebral.
Cuando tocó el turno a Christian Fennesz, ya estábamos curados del susto y cualquier cosa que tocara seguro sería mejor que el vomito sonoro del pelón. En efecto, el set de Fennesz fue mucho más controlado, un diálogo interesante entre los mismos elementos: guitarra, laptop, filtros y sintetizadores.
La diferencia radica pues, en el buen gusto, la fineza con que Fennesz aprieta sus botoncitos (aquí las niñas fresas ríen cual colegialas). Por una hora, se abalanzó sobre un jam bastante ponedor, un drone que por momentos parecía estructurarse en armonía para volverse a desparramar como semillas sobre una mesa, indistinguibles una de la otra, pero bellas en su conjunto. Sería necio hablarles de canciones que tocó, digo, seguro tiene módulos sonoros que podrían parecer canciones, y de hecho el disco es muy bueno. Pero en vivo sobran los tracklistings y todo se mezcla en una amalgama de sonido que se va dejando como una duna sobre otra.
Admiro a cualquier persona que tenga el interés por crear. En este mundo tecnócrata necesitamos todo el arte posible. También admiro los huevos de pararse solo en un escenario y dejar que tu imaginación fluya a través de tus herramientas, ya sean tambores, oboes o puro cable inerte.
Lo que me parece triste es que se siga este credo conceptual de que todo es hermoso, todo es bello si lo contextualizas. Ahí radica el error del arte moderno, en que tienes que entenderlo para disfrutarlo. La música experimental es un trabajo sólo para iluminados y eso da hueva la neta. Sobretodo si piensas que hace más de 20 años ya hubo gente que pasó de moverle los niveles a sus Moogs, ya averiguaron que clase de sonidos hacen las computadoras, y se han dedicado a crear música verdadera y no solamente ruido.
Lo que Fennesz se paró a hacer en ese hermoso recinto ya lo hizo Aphex Twin con su Selected Ambient Works II, ya lo humanizó Arthur Russell en Calling Out of Context, y en este momento hay mucha gente que está haciendo cosas mil veces más complejas, como Animal Collective, Boards of Canada, Jan Jelinek, Ricardo Villalobos, etc.
Hacer ruido es un juego de niños, literalmente. Todos alguna vez agarramos un palo para hacer sonar una reja, golpeamos una lata de Comex o le soplamos a una botella de Fanta para crear por el simple hecho de crear. Estos artistas lo han vuelto su profesión, experimentando con juguetes mucho más caros y ñoños para romper con los paradigmas. Los aplaudo, se necesita gente así, pero al mismo tiempo quisiera que le bajaran a su clavadez.
La palabra drone dice mucho de la música que representa: es el zumbido de un panal, hipnótico, ominoso, creado por mil seres en sintonía. Pero las demás acepciones dicen aún más. Drone es también zángano, esa abeja sin aguijón que no produce miel, un obrero sin mente propia, una persona que vive de otras, un avión sin piloto. Así sonó esa noche de jueves: sin aguijón, un ruido anodino sin rumbo. Para eso mejor prendo el refri, la licuadora y pongo la tele en un canal con estática. Tal vez lo haga y me lo lleve de gira por el mundo. Les va a encantar, si lo entienden.
El festival Radar se especializa en música de vanguardia, cosas que no escucharíamos en otros escenarios. El jueves 22 presentó a dos de estos artistas, Arthur Henry Fork y Christian Fennesz, en el Museo Interactivo de Economía.
El primero, vestido de roadie metalero: jeans y chamarra de mezclilla negros, gorra negra, cabeza rapada. Su falta de pelo metaforizando su falta de ideas. Este 'músico' se sentó con su guitarra, prendió su laptop y con esos dos elementos generó un ruido sin sentido por media hora. Obvio, a eso íbamos todos, a ver como un vato saca sonidos de la nada. Pero esto es una peladez, una infamia. Cualquier hijo de vecino puede sentarse con una guitarra, distorsionarla al máximo, pasarla por unos filtros y agregarle un zumbido digital. Y no quiero contarles como se pondría la vecindad ante tal escándalo endemoniado.
Cuando este muchacho se bajó del escenario, me tocó presenciar una escena fantástica. Un amigo suyo, que no había dejado de platicar con su date todo el set, se acercó a felicitarlo y decirle: "O sea weh, chingonsísimo. La primera como un jazzesito, la segunda una onda industrial y la tercera un alucín, weh". Qué verguenza ser un músico 'experimental' y que te digan eso. Seguramente el tipejo jamás ha oído un jazzesito, mucho menos una rola industrial (los de Ministry no salen en la Quién, supongo) y tampoco ha alucinado en su vida, a menos que haya sido de fiebre y eso explicaría su muerte cerebral.
Cuando tocó el turno a Christian Fennesz, ya estábamos curados del susto y cualquier cosa que tocara seguro sería mejor que el vomito sonoro del pelón. En efecto, el set de Fennesz fue mucho más controlado, un diálogo interesante entre los mismos elementos: guitarra, laptop, filtros y sintetizadores.
La diferencia radica pues, en el buen gusto, la fineza con que Fennesz aprieta sus botoncitos (aquí las niñas fresas ríen cual colegialas). Por una hora, se abalanzó sobre un jam bastante ponedor, un drone que por momentos parecía estructurarse en armonía para volverse a desparramar como semillas sobre una mesa, indistinguibles una de la otra, pero bellas en su conjunto. Sería necio hablarles de canciones que tocó, digo, seguro tiene módulos sonoros que podrían parecer canciones, y de hecho el disco es muy bueno. Pero en vivo sobran los tracklistings y todo se mezcla en una amalgama de sonido que se va dejando como una duna sobre otra.
Admiro a cualquier persona que tenga el interés por crear. En este mundo tecnócrata necesitamos todo el arte posible. También admiro los huevos de pararse solo en un escenario y dejar que tu imaginación fluya a través de tus herramientas, ya sean tambores, oboes o puro cable inerte.
Lo que me parece triste es que se siga este credo conceptual de que todo es hermoso, todo es bello si lo contextualizas. Ahí radica el error del arte moderno, en que tienes que entenderlo para disfrutarlo. La música experimental es un trabajo sólo para iluminados y eso da hueva la neta. Sobretodo si piensas que hace más de 20 años ya hubo gente que pasó de moverle los niveles a sus Moogs, ya averiguaron que clase de sonidos hacen las computadoras, y se han dedicado a crear música verdadera y no solamente ruido.
Lo que Fennesz se paró a hacer en ese hermoso recinto ya lo hizo Aphex Twin con su Selected Ambient Works II, ya lo humanizó Arthur Russell en Calling Out of Context, y en este momento hay mucha gente que está haciendo cosas mil veces más complejas, como Animal Collective, Boards of Canada, Jan Jelinek, Ricardo Villalobos, etc.
Hacer ruido es un juego de niños, literalmente. Todos alguna vez agarramos un palo para hacer sonar una reja, golpeamos una lata de Comex o le soplamos a una botella de Fanta para crear por el simple hecho de crear. Estos artistas lo han vuelto su profesión, experimentando con juguetes mucho más caros y ñoños para romper con los paradigmas. Los aplaudo, se necesita gente así, pero al mismo tiempo quisiera que le bajaran a su clavadez.
La palabra drone dice mucho de la música que representa: es el zumbido de un panal, hipnótico, ominoso, creado por mil seres en sintonía. Pero las demás acepciones dicen aún más. Drone es también zángano, esa abeja sin aguijón que no produce miel, un obrero sin mente propia, una persona que vive de otras, un avión sin piloto. Así sonó esa noche de jueves: sin aguijón, un ruido anodino sin rumbo. Para eso mejor prendo el refri, la licuadora y pongo la tele en un canal con estática. Tal vez lo haga y me lo lleve de gira por el mundo. Les va a encantar, si lo entienden.
5 Comments:
Solo te diré que es mas comúun que cualquier idiota prenda una computador y se ponga a escribir una sarta de incoherencias. Además de manera anónima. Y respeto el que te guste o no el trabajo de alguien, pero ya tu manera de agredir y utilizar adejetivos peyorativos en contra de mi persona es otro asunto, ojalá tuvieras los cojones para decirmelo en mi cara... Y bueno, me encantaría verte tocar la guitarra y hacer ruiditos como dices... jajaja... Un día de estos nos toparemos seguro... Estoy impaciente es mas!!
A.H.F.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Señor, no me amenace. Si no aguanta una crítica, venga de quien venga, entonces no se pare en un escenario.
¿Y dónde está lo anónimo? Mis respetos para usted, señor Fork, lea bien el post y verá que eso digo precisamente: no me gusta su música pero respeto su trabajo y sus cojones.
Y, abiertamente le pido una disculpa si le ofendí personalmente, no era mi intención.
No si no es amenaza. Sólo que me encantaría que me demostraras tu teoría con hechos... si cualquier hijo de vecino puede hacer ruiditos, pues me gustaría verte hacerlos. Por lo de la crítica, creeme que no me afecta en lo más mínimo que se critique mi trabajo, pero con inteligencia , objetividad y un poquito de conocimiento de causa, tu escrito no es una crítica, es una vomitada verbal que lejos de hacer un análisis objetivo de la música, tan sólo se enfoca a agredir mi persona de la manera más barata.
Si en realidad le apuestas a la objetividad te sugiero que cuando menos hagas un poquito de investigación sobre tus victimas, jajaja.
Y pues lo de anónimo es porque no encuentro tu nombre por ningún lado, digo cuando menos para saber quien eres y que respalda tu despliegue de arrogancia y desinformación. Vaya me gustaría verte la cara. Ah, y te dejo unos links para que la proxima vez que quieras hablar de mi trabajo cuando menos sepas de qué y de quien hablas.
www.mandorla.com.mx
www.myspace.com/arthurhenry forkltd
JAJAJAJAJAJAJA.. BOARDS OF CANADA!!!!!! COMPLEJISIMO!!! No cabe duda.. cualquier hijo de vecino se atreve a opinar.En una de esas hasta le parece complicado emitir una reseña como esta.
"Saludos"
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