RESEÑA
Morrissey @ Palacio de los Deportes, 16 noviembre
El infinito como tragedia, la permanencia del símbolo más allá de los rasgos del tiempo. Este es el regalo ominoso que Morrissey trajo a México. Ataviado de hermosas camisas de seda y apoyado por una banda tan carismática como perversa de boy toys, hizo gala del mito de Dorian Gray y escatimó en su tiempo sobre el escenario.
Después de la abridora Kristeen Young (un híbrido bastante desconcertante de Tori Amos y PJ Harvey) y la proyección de una serie de videos atinadísimos, Morrissey y su banda entraron cual huracán con Panic, electrizando el ambiente. La pregunta de la noche era qué canciones de The Smiths iría a tocar y con dicho inicio parecía que la respuesta era TODAS. Pero pocas fueron, salteaditas y sin duda alguna, los momentos más emotivos de la noche.
No es que Morrissey ya no sea lo de antes. Es lo de siempre. Es él mismo y lo será hasta que muera, cargando su imagen como Robert Smith o Alice Cooper. Morrissey es Morrissey es Morrissey. Con sus canas y entradas y panza asomando debajo de la camisa. Pero cualquiera que haya entendido algo sobre The Smiths sabe que el punto era precisamente el valemadrismo, el completo despojo de la dignidad en aras de escupirle en la cara a Brittania.
Y qué pasó entonces, sino que Brittania y el resto del mundo se enamoraron del rebelde sin causa, y el rebelde ya estaba demasiado enamorado consigo mismo como para resistirse. En esa reciprocidad reside la magia del retrato, la prisión eterna de la juventud en el cuerpo que decae sin compasión. Aunque sus composiciones recientes aún aventajan por millas a muchas otras (claro ejemplo la hipnotizante Dear God Please Help Me, otro momento perfecto), hay una sombra imponente detrás, algo demasiado pesado para un solo hombre. La emoción de escuchar en vivo Please Let me Get What I Want no sería igualada sino por Everyday is Like Sunday, mucho menos por alguna de los discos recientes.
La tragedia de James Dean (perfectamente referenciada anoche en los videos proyectados) fue morir antes de cumplir su promesa. La tragedia de Steven Patrick Morrissey fue cumplir con su promesa y seguir viviendo de carne y hueso. Nadie espera ya nada de él y es paradójica su libertad, pues luego de cortísima hora y media de concierto la desilusión era generalizada: Ojalá y hubiera tocado más.
5 Comments:
Ya esperaba la reseña! El penúltimo párrafo es muy bueno.
The queen is dead, boys...
Chidísima reseña! :D
estoy de acuerdo con Ernesto, el penúltimoi párrafo me encantó. Buena reseña ¡y sigo feliz por haber visto a Morrissey!
Sí, el penúltimo párrafo porque el último es simplemente algo con lo que no se puede estar de acuerdo, no así, tan bruscamente... generalizado será, pero lo cierto es que Morrisey sin su sombra-diva no es Morrisey. 1Hr 30 min de verdadera buena música, de ARTE, es más que suficiente... para oir más, durante más tiempo, están los discos. Creo que dejaron fuera, de esta reseña, la plenitud circular del concierto...
Salud!
90 minutos, y aunque hubiera tocado 90 horas estaríamos insatisfechos, porque nos ha hecho enamorarnod de su seda y de su ego.
Que bella noche.
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