RESEÑA
Ratatat @ Carranza 25, 14 de octubre
Cuando las luces se apagan el mundo se convierte en sombras, en escondites donde los enamorados pueden besarse y bailar, aún rodeados de cientos de personas.
Cuando las luces se apagaron en el Carranza 25, sabíamos que habrían de ocurrir momentos especiales, y así fue. Dos jóvenes empeñados en desafiar al silencio tomaron bajo y guitarra para iniciar un ataque frontal sobre el público efervescente.
Con una iluminación sobria y un artilugio nulo, desgarraron el ambiente con distorsiones y un volumen ensordecedor, haciendo que los oídos dolieran. Pero nadie se quejaba. Las frecuencias demasiado altas que emanaban de ellos parecían creadas para el amor. Por todo el lugar ensombrecido se veía a parejas bailar cadenciosamente, besándose, mirándose, deseándose. Detrás de ellos más baile, sonrisas, cabezas que se meneaban hipnotizadas por el chirrido constante de la música.
Sin detenerse, Ratatat llenó el ambiente de su invento, interpretación del ruido como un generador de potencia vital. Esto, aunado a los niveles alcohólicos que sólo una barra libre puede provocar (así se desquita el precio de un boleto sobrevaluado, aprendan Ticketmaster y Noiselab), hacía que todo en el galerón fuera alegría, emoción desenfrenada, puro goce.
Por hora y media, el dúo neoyorquino llenó el escenario dando una muestra de gusto, fuerza y maestría para cautivar. Una lección de humildad para bandas que hacen mucho ruido, pero no truenan ni una nuez.
Con un sonido apabullante y una sensualidad inesperada, Ratatat tomó a México por sorpresa, como un beso robado en la oscuridad.
Un aplauso para los promotores de 2abejas, este evento fue estupendo.
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